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Carmen Carrión Ordás Educadora social en el Colectivo para el Desarrollo Rural de Tierra de Campos

«Siempre hay quien se tira por el camino fácil, pero no es justo decir que la juventud no sabe dónde va»,


 

TUDELA DE DUERO. He aquí una mujer que ha volcado su vida en hacer de la educación el combustible que impulsa a la sociedad. Carmen Carrión Ordás. A sus 47 años ejerce su profesión en el Colectivo para el Desarrollo Rural de Tierra de Campos, después de haber pasado bastante tiempo trabajando con menores protagonistas de situaciones conflictivas. Fue presidenta del Colegio de Educadoras y Educadores Sociales de Castilla y León, una profesión cuya aplicación considera un derecho de los ciudadanos. Con una más que llamativa capacidad de convencimiento, se declara a gusto trabajando en los pueblos porque, dice, las personas que residen en ellos transmiten valores esenciales, entre ellos la autenticidad en las relaciones entre los seres humanos.

 –¿Qué hace habitualmente una educadora social?

–Es una profesión de carácter pedagógico. Trabajamos con las personas, las acompañamos. Sí que es cierto que pareciera que siempre trabajamos con gente desfavorecida o que tiene, tal vez, una problemática concreta, y no tiene por qué ser así. Podemos acompañar a personas en temas de desarrollo comunitario, en la realización de talleres o en unas actividades de tiempo libre…

 –¿Su caso ilustra lo que dice: de trabajar con chavales conflictivos ha pasado a ser animadora sociocultural?

–Exacto. Esta es una profesión que tiene dos ejes: es un derecho de la ciudadanía y es una profesión de carácter pedagógico.

–¿Un derecho ciudadano?

–La ciudadanía tiene derecho a que se la atienda, a que tenga unos servicios. Nosotros generamos contextos educativos y acciones mediadoras y formativas. Acompañamos a la gente en esos procesos, en ese tiempo de actividades y de intervenciones.

–Le he leído que estima que ha tenido usted la suerte de «dibujar una trayectoria enmarcada en la educación social». ¿Suerte?

–Precisamente por la versatilidad de esta profesión. Podemos trabajar en un centro penitenciario, en el medio rural, en la Enseñanza reglada en un equipo educativo, con personas con problemas de drogodependencias, con mujeres, con niños, con personas sin hogar, con hombres,… Son múltiples ámbitos de acción.

–¿De dónde le vino la vocación por la Educación Social?

–Siempre me ha gustado mucho el trato con las personas y me parece que el trabajo con ellas aporta mucho.

 –¿A quién?

–¡A ambas! La teoría siempre dice como que hay que marcar una distancia y yo creo que esa intervención no tiene por qué ser así. Por ejemplo, un padre no puede nunca asemejar su papel al del hijo porque cada uno está en un plano diferente, pero tú como profesional puedes intervenir pensando que esa persona es como tú y esos márgenes son en los que yo me siento muy cómoda. Y sobre todo, en los pueblos.

–¿En los pueblos, por qué?

–Porque hay mucha sabiduría en ellos, que se ha ignorado y minusvalorado.

–Del trato con chavales menores infractores y en situaciones conflictivas, ¿qué le quedó en su acervo?

–Muchísimas cosas. Fue un trabajo clave. Cada trabajo que he desempeñado me ha ayudado a entender el siguiente y a comprender mejor el anterior. Todo está ligado porque el fondo de las personas es siempre el mismo y las necesidades, las mismas. Las situaciones de esos chavales son conflictivas. Trabajábamos también con las familias y sus historias de vida rozan con la tuya porque los profesionales no somos asépticos: estamos continuamente rozando nuestras propias experiencias con las de las otras personas. Fue un trabajo muy potente, en ese sentido. Me aportó mucho y yo aporté todo lo que pude. Tanto, que me desgasté profesionalmente.

–¿En qué se concretó ese desgaste?

–Llegó un momento en el que una vez que entendí cómo era todo aquello no sabía si podía aportar más porque no podía ya dar más de mí.

–¿Es la de la de los menores y jóvenes en situación de riesgo una realidad más frecuente de lo que creemos?

–Yo creo que sí.

 –¿Qué nos impide verla?

–Son temas muy personales. Por ejemplo, que haya un conflicto entre un padre y un hijo, entre una hija y una madre, es algo que nos avergüenza. A ver… Si yo tengo un conflicto como madre con mis hijos, claro, yo soy la adulta y a mí me cuesta reconocer que tengo un problema porque el foco va a estar en mí. Tiene que ser muy duro denunciar a un hijo o a una hija. Y a un centro específico los jóvenes en situación de conflicto van por mandato judicial. De todas formas, ha cambiado mucho el tipo de chaval que está en un centro de esas características.

–¿En qué sentido?

–Pues que no se trata ya de un chaval que venga de una etnia determinada, o de un chico o una chica que tiene una familia desestructurada o una familia disfuncional. Estamos viendo ahora que a lo mejor están llegando chavales y chavalas cuyos padres y madres tienen un nivel económico y social medio-alto. Las cosas están cambiando. Y lo que veo es que como adultos algo estamos haciendo, o no haciendo, que no somos la mejor referencia para los jóvenes. Creo, incluso, que los adultos hemos perdido de vista que somos referencia para los que vienen detrás.

–¿En qué se traduce eso?

–Hablo en general del adulto: hemos llegado a adultos queriendo hacer muchas cosas a las que tenemos derecho, pero es que también se nos ha olvidado que tenemos a gente detrás, que tenemos otras obligaciones y tenemos que tener más cuidado en hacer lo que queremos hacer porque seguimos siendo referencia. Por eso me da cierto miedo Internet porque hay muchísimas referencias que no están controladas para los jóvenes.

–¿Cuándo se refiere a que los adultos estamos haciendo algo para no ser la mejor referencia quiere decir algo mal?

–Desde luego no del todo bien porque podemos no ser buen ejemplo, no somos una buena referencia. Chavales y chavalas conflictivos los ha habido toda la vida y los va a seguir habiendo y a ellos se lo decía cuando estaba en el centro específico de jóvenes: este límite que tú has pasado ni se nos hubiera ocurrido a mi hermano y a mí haberlo hecho, en mi familia ni me lo habría planteado. Sin embargo, esos y otros límites ahora sí se pasan. Protegemos mucho en muchas cosas y en otras somos muy permisivos. Me acuerdo de que cuando hacíamos un viaje en familia, cuando yo era pequeña, se madrugaba; ahora oyes a muchos, ‘Saldremos cuando se levante el niño’. Hemos perdido el norte en muchas cosas.

–¿Qué tiene de realidad esa máxima de que la juventud actual no sabe dónde va?

–A mí no me gusta generalizar. Hay juventud muy válida, también, superpotente, que aprovecha las oportunidades de preparación, bien es cierto que porque tienen esa posibilidad, puesto que también habría que hablar de desigualdades en todos los niveles. Siempre hay gente que, de alguna manera, se tira por el camino fácil, pero no es justo decir que la juventud no sabe dónde va.

–¿El sistema tiene los pies en el suelo como para atender a los jóvenes que en un momento tiran por el camino fácil?

–Creo que se podría mejorar. Todo el sistema de protección de la infancia y de menores infractores claro que se puede mejorar; sí que es verdad que hay un vacío ahí en el que veo que se podría poner más empeño en la prevención y no tanto en judicializar la conflictividad que existe. Es decir, ese paso previo para que no se judicialice: habría que trabajar más con las familias para dar más recursos, orientaciones y herramientas para que no se llegue a ese punto.

–Si le dejaran a usted aplicar ya mismo una medida que permitiera mejorar el acceso de esas familias a los recursos del sistema, ¿cuál elegiría?

–Lo primero, contratar a más profesionales, a equipos multidisciplinares, lo que es el conjunto del sistema de acción social. Los profesionales que están ahora están saturados porque hay muchas problemáticas. Y además de contratar a más profesionales para esos equipos, los dotaría de más recursos.

–¿El que pasara de trabajar en un centro de menores conflictivos a la animación sociocultural fue porque buscaba una vía de escape?

–No, no. Más que animación sociocultural en la educación social, para mí es desarrollo comunitario lo que hacemos en el Colectivo de Tierra de Campos. Soy una persona muy movida e inquieta; al final las rutinas me agobian mucho. Eso de poder estar en un pueblo de Segovia por la mañana y en uno de Valladolid por la tarde me gusta. Me gusta conocer a gente diferente, hacer actividades distintas… Me dieron la oportunidad de cambiar y lo hice.

–Pero, ¿lo suyo son las realidades duras? Salió de trabajar con chavales conflictivos a irse a un ambiente en el que la despoblación marca al medio.

–No lo entiendo tanto como realidades duras, sino posibilidades de cambio. Te tiene que gustar mucho esto y a mí me encanta. Me gusta mucho la realidad de los pueblos. Y claro que es una realidad dura, pero es que tenemos ahora mismo una idea del medio rural y de los pueblos como o muy romántica, es decir que es el sitio ideal para vivir, la tranquilidad, o muy desértica, la despoblación, la población cada vez es más mayor…

–Conviven muchas realidades en el medio rural ahora mismo.

–Está claro. No es lo mismo, por ejemplo, Tudela de Duero, con casi 9.000 habitantes y cerca de una gran capital, que Gatón de Campos, muy alejada de esta y con pocos vecinos.

–Ya, pero a los dos los llamamos pueblo. ¿Hay un error de concepto desde el inicio?

–Ese es el problema. Habría que mirar muchas cosas. A qué llamamos pueblo, en qué criterios nos basamos… ¿Población? ¿Con menos de 20.000 habitantes? Claro que hay muchas realidades.

–¿Y con cuál se queda usted?

–Con la imagen en la que se pueda vivir, que haya recursos y servicios. A lo mejor también hay que estructurar las cosas de otra manera porque, posiblemente en todos los sitios no va a poder haber un colegio, pero si hay colegio o médico en el pueblo de al lado habrá que facilitar el desplazamiento y reestructurar los servicios para facilitar el acceso a las personas que viven en los pueblos.

–¿Usted anima a vivir en los pueblos?

–Claramente.

–Vive usted en un pueblo?

–Sí, en Tudela de Duero. Para mí es un pueblo, grande, pero un pueblo. Pero la gente lo que tiene que tratar de hacer es vivir donde quiera y pueda hacerlo a gusto. Yo, hoy por hoy, prefiero vivir en un pueblo que en la ciudad.

–Con todo lo que lleva conocido y recorrido, con todas las experiencias que acumula por su profesión, ¿se ha detenido ya a pensar qué quiere ser de mayor?

–Una persona tranquila.

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Fuente: eduso.net