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María Sánchez (Córdoba, 1989) es veterinaria y escritora, a la vez que activista rural. Como veterinaria, trabaja con razas autóctonas en peligro de extinción, defendiendo el pastoreo y la ganadería extensiva. Como activista rural, reivindica el papel de las mujeres en el medio rural, por haber estado infravaloradas en un mundo netamente masculino. Y como escritora, ha dado a luz tres obras: Cuaderno de campo, Tierra de Mujeres y Almáciga, su último libro, dedicado al rico lenguaje del medio rural.

  • María Sánchez habla con la Red Rural Nacional sobre palabras, vocablos y términos rurales en desuso que ha compilado en su último libro, Almáciga.
  • Además, comparte su visión sobre la “neorruralidad” y los efectos de la pandemia en el desarrollo rural.

 

Red Rural Nacional: Respecto a tu último libro, Almáciga: ¿cómo surge la idea o el proyecto de hacer un diccionario o recopilación de vocablos y palabras rurales que están cayendo en desuso?

María Sánchez: Almáciga es una inquietud mía por rescatar términos rurales que me llegan y conozco gracias a mi trabajo de veterinaria. Y surge en mi cabeza hace ya más de tres años. El libro nace materialmente en el festival Bañarte (Baños de Río Tobía, La Rioja) con una instalación en la que montamos tendederos con pinzas de la ropa donde colgábamos palabras –en el anverso el significante y en el reverso el significado– y en una mesa depositamos un cuaderno y un bolígrafo que invitaba a la gente a anotar las palabras que más le gustaban del medio rural pero que sin embargo estaban dejando de oír.

Este cuaderno me sigue acompañando y lo sigo distribuyendo en todos los eventos a los que asisto para seguir recopilando palabras. Quiere esto decir que se trata de un proyecto vivo que no concluye con la impresión del libro, sino que continúa en la web almáciga.es, en cuyo buzón se siguen recogiendo términos y vocablos y que se actualizan a voluntad del público.

Almáciga no sólo recoge palabras y significantes, sino que también recoge toda la historia que hay detrás de dicha palabra. Se trata –sobre todo– de querer saber de dónde venimos para saber hacia dónde vamos, y manifestar que los núcleos rurales tienen mucha cultura y mucho patrimonio que reivindicar.

RRN: ¿Cuáles han sido tus fuentes?

MS: Pues básicamente la voz viva, la voz hablada, de todas aquellas y aquellos que han querido participar, así como los ganaderos y pastores con los que trabajo en el campo, mi familia y los lectores. Es un proyecto de todo aquel que ha querido estar y, sobre todo, es un trabajo de hablar con la gente. Almáciga recoge mis palabras favoritas, pero no es un glosario ni un diccionario. Quería que las palabras estuviesen vivas en el texto, que contaran una historia, que respiraran. Para mí era muy importante no hacer solo un listado de palabras con sus significados.

RRN: ¿Qué palabras te han llamado más la atención y no las conocías?

MS: Tengo mis favoritas. Por ejemplo, “cosirar”; ´ir a dar una vuelta al ganado o pasto para supervisar que todo está correctamente y que no necesitan ayudas las plantas o el ganado´. Para mí, esto significa estar pendiente de tu entorno: es cuidado, amor e interdependencia con lo que nos rodea. Una palabra muy valiosa en tiempos de pandemia.

Otra favorita sería “colodra”, ´cuernas donde bebían los pastores´, que están adornados con grabados muy bonitos.

También “jañikin”, que se refiere al ´momento de la mañana en que se realizan las actividades agrícolas antes de que caliente el sol´. Es decir: aprovechar la fresca de la mañana.

O “seher”, que se dice al ´viento de las mañanas que ayuda a crecer a las plantas y verduras en el huerto y en el sembrado´.

Hay muchas palabras de la tierra en el libro, porque el nombre del mismo -“almáciga”– está elegido por su segunda acepción en el diccionario: el lugar del huerto donde se depositan a germinar las semillas para esperar a que broten y luego trasplantarlas definitivamente al huerto. Me gustaba esa imagen de Almáciga en el libro, como un lugar donde las palabras vuelven a oírse, a nombrarse, a compartirse y a celebrarse.

RRN: Asimismo, ¿qué palabras usas con frecuencia porque pertenecen a tu léxico desde tu infancia y sin embargo no son muy frecuentes hoy día?

MS: En mi tierra y en mi familia seguimos usando expresiones que me doy cuenta que no se utilizan cuando salgo de mi entorno. Es el caso de “cascabullo” (´capucha de la bellota´); hacer los “avíos”, que es hacer los “mandados” o “deíles”. No podemos olvidar que muchas veces estas palabras, los acentos y las lenguas han dejado de usarse por lo que suponía antiguamente (y hasta hace no mucho) ser de pueblo, esa postal simple y plana donde nuestros pueblos se asocian a miseria, paletismo, hambre y pobreza.

RRN: ¿Crees que lo que no se nombra no existe?

MS: Totalmente. Justo de eso hablo en “Tierra de mujeres”. No se puede culpabilizar a la gente de no preservar el entorno rural si no se les ha dado la oportunidad de conocerlo. Si no conoces algo, no puedes amarlo ni cuidarlo. No existe para ti. En Tierra de Mujeres, cuento el experimento que hace en la revista científica Science en Reino Unido. A un grupo de niños les daban 2 barajas de cartas: una con muñecos “pokémones”, y otra con animales de su entorno. La mayoría, nombraban a los pokémones, pero no a los animales comunes. Porque no los conocían. Por eso es fundamental enseñar, mostrar, nombrar, dar a conocer y, asimismo, profundizar en el origen de las cosas. ¿Cómo querer aquello que no conocemos? ¿Sabemos reconocer un alcornoque, una encina, un olivo, un chopo, un fresno? ¿Sabemos cuáles son las plantas que pisamos? ¿Conocemos a los animales que vemos en los márgenes de las carreteras? Queremos un campo vivo y verde, pero, ¿sabemos reconocer a sus pastores y nombrar a las especies que lo habitan?

RRN: ¿Conoces el Inventario de Conocimientos Tradicionales relativos a la Biodiversidad? En cierta forma, Almáciga recuerda a esta compilación sólo que, en el caso del inventario, no hay palabras, sino plantas, animales, usos y costumbres rurales que se recogen para que no se pierdan.

MS: Lo conozco, pero mi propuesta no es académica. Creo que es muy importante y necesario dignificar la vida y los conocimientos de la gente del campo, de nuestros antepasados. A ellos les dijeron que lo que sabían no valía. Ahora volvemos a muchas cosas y saberes que ellos ponían en práctica. No pretendo que vivamos como ellos, pero sí reconocer sus saberes y ponerlos en práctica con los conocimientos y herramientas que tenemos hoy en día. Por ejemplo, en el campo, las cabras y los pastores siempre han sido clave en la lucha contra los incendios forestales. Así que duele mucho que los estudios universitarios vengan a refrendar algo que por sabiduría popular ya se sabe desde hace tiempo. El conocimiento de nuestros ancestros rurales no se ha tomado en cuenta. Y esto es algo que le debemos a nuestras abuelas y abuelos. Decirles que lo que saben, sí sirve.

RRN: ¿Crees que hay un auge literario de lo rural?

MS:Sí, creo que hay un cambio de tiempo, de paradigma. Mucha gente está cansada de la vida y las formas de trabajo que nos impone el sistema, y es normal que surjan estas cuestiones. Pero siempre ha habido épocas en las que se ha escrito del rural. Para mí es importante preguntarnos quién ha escrito, desde qué lugar, desde qué género, desde qué clase social. Es genial todas las voces nuevas que escriben desde nuestros medios rurales.

RRN: ¿Crees en la llamada neorruralidad?

MS: Para mí, no se trata tanto de la gente que viene a vivir de la ciudad al campo, sino de la gente del pueblo que no tiene opción de elegir si quiere quedarse, o quiere marcharse. De lo que hay que hablar es de tener condiciones dignas en los pueblos para vivir. Porque la pandemia trae gente a la ciudad que tiene los medios, que tiene el dinero, y que tiene un trabajo en la ciudad que se lo permite. Y eso está genial y abre muchas oportunidades. Pero la cuestión está en poder quedarse si te quieres quedar porque tienes condiciones dignas de vida en el pueblo, y en poder marcharte si te quieres marchar, pero no condicionado por una falta de desarrollo en tu localidad. Mi madre no pudo decidir y con 12 años dejó la escuela para coger aceituna. En 2020, hay muchos jóvenes que se ven obligados a irse de su pueblo.

RRN: ¿Piensas que la pandemia ha cambiado la percepción sobre el mundo rural y sus habitantes?; ¿Crees que se puede dar un trasvase del mundo urbano al rural o una mayor simbiosis entre ambos?

MS: Sí. Tal y como expreso en Almáciga, la pandemia ha sido una especie de “pachakutik” para las sociedades modernas. Este temblor que nos está haciendo tambalearnos proviene de una energía acumulada del pasado que necesita ser liberada para que nazcan nuevas posibilidades. Es necesario zarandear el pasado y sentirnos frágiles para cuestionarnos si nos gusta de dónde venimos, y hacia dónde queremos ir. La pandemia ha recreado la vida de los pueblos en los barrios de las ciudades. Y ha hecho ver a los urbanitas que la vida de ciudad no está hecha para compartir… pero es que este pensamiento ¡también se da en los pueblos! Como se dice en euskera: “vecino bueno, buen amigo. Antes que el pariente lejano, está el vecino” (“auzo ona, adiskide ona, urrutiko parientia baino, beinago auzoa”). El camino está en el trasvase y compartición entre ambos mundos. En que haya mucho de la ciudad en los pueblos, y que haya vida de pueblo en las ciudades. En compartir, en dejarnos de prejuicios y tópicos, en acercarnos en buscar una lengua común.

Fuente: Red Rural Nacional